*Por Pablo Simonetti
Por ahora, creo que para los homosexuales es necesario que se reconozca nuestro estatus ciudadano, para que podamos vivir nuestra vida tranquilos. Es decir, que podamos arreglar los temas de herencia y responsabilidad social de un cónyuge con el otro. Todo eso se podría solucionar con la unión civil. Si se permite dar derechos de salud y pensión a la pareja, se iría infiltrando en la sociedad como una forma más de convivencia. Y eso genera una legitimación.
Ahora, claro, la legitimación del matrimonio es más fuerte aún porque incluye a los hijos, pero mientras exista en Chile un grado de discriminación como el que hay, claro, esos niños van a sufrir por ser hijos de una pareja homosexual.
Una vez que el sentido discriminatorio de los chilenos esté postergado o erradicado, recién ahí podremos establecer una ley completamente igualitaria.
Lo que yo exijo del Estado es una ley que me permita vivir como adulto y con todos mis derechos ciudadanos reconocidos. No ando buscando la bendición de nadie. La ley de unión civil, en cambio, es como decir “quiero ser un hombre más libre y no un hombre vigilado por el estado en un ámbito que es absolutamente privado”.
Además, tiene algo más libertario. Es decir, te otorga derechos, pero no te coacciona al “buen comportamiento”, como sí lo hace el matrimonio.
Por otra parte, una ley de matrimonio es un salto grande. Es como decir que los homosexuales son iguales a los heterosexuales en el ámbito de las parejas. Pero si a los heterosexuales les es tan caro, tan preciado, tan privativo el matrimonio, una institución que se ha vuelto tan compleja y alambicada … Bueno, que se lo queden.
*Escritor. Columna extraída de El Mercurio