Por Artemio Lupin*
Se murió el Papa. Las campanas del Vaticano doblaron enlutadas. Y los correos de lectores de los diarios de papel se llenaron de cartas de epígonos de Wojtyla que hablaban sobre las inmensas virtudes que acompañaron su paso sobre la Tierra. Hasta ahí, todo normal y previsible. La muerte, como se sabe, embellece a las personas y oculta sus defectos con un piadoso manto de conformidad y resignación.
Los medios escritos desempolvaron, entonces, las notas necrológicas preparadas con la debida anticipación, y tanto El Mercurio como La Tercera nos agobiaron con sendos suplementos en los que no había ninguna pizca de originalidad. Tanto es así que los dos publicaron la misma foto en la portada de sus “especiales”: el Papa polaco, con la cabeza gacha, enfrentando el viento que despliega sus ropajes dorados, mientras sostiene en su mano el bastón de Pedro con el cual pastorea a su grey.
¿El contenido?: Bueno, lo obvio: el Papa que contuvo y destruyó al comunismo; el que de nuevo puso en el centro del debate los temas morales que campearon sin contrapeso durante el auge del secularismo posterior al Concilio Vaticano II; el que se salvó del atentado en la Plaza San Pedro, y, por supuesto, el que vino a Chile y nos salvó de librar una guerra con Argentina en 1978, mediante la oportuna mediación del cardenal Samoré.
Aseveraciones todas que podrían tener cuestionamientos, aún contraviniendo las costumbres que señalan que no hay que poner duda las verdades consagradas.
Para empezar, el verdadero vencedor del comunismo, creo yo -y conmigo unos cuantos-, fue Ronald Reagan, que con su iniciativa de un vasto escudo antimisilístico -un programa con resonancias de la “guerra de las galaxias”, como correspondía a un ex actor de Hollywood- dobló la apuesta del enfrentamiento bipolar y sometió a la URSS a un desafío que ésta no estaba en condiciones de enfrentar.
En cuanto a su ortodoxia en temas morales, no es un asunto francamente del que ufanarse pues puso la Iglesia, que había empezado a tener saludables aires de renovación en este campo, a la altura de los ayatollahs iraníes o los mullahs afganos.
Es cierto: no se ha llegado a plantear (todavía) la necesidad de que las católicas usen burkas o se resistan a las minifaldas, pero la Iglesia de Roma sigue formalmente en contra no sólo de la píldora del día después, sino también de la píldora anticonceptiva y los condones. Y únicamente acepta, que yo sepa, el método Billings, que consiste en hacer armonizar el deseo sexual con determinadas fechas del calendario.
Sobre la potencial guerra por el Beagle, digamos, por último, que es un tópico que admite al menos un par de lecturas diferentes. ¿Fue la intervención del Espíritu Santo la que frenó el impulso de dos maquinarias bélicas destinadas inevitablemente a chocar por un par de islas en el Estrecho de Magallanes o fue la invocación hecha desde Estados Unidos, en forma urgente, la que convenció a la diplomacia vaticana de que había que hacer algo para impedir esta conflagración?
En el diseño estratégico de Washington para Latinoamérica el lugar principal lo ocupaba, en ese instante, las tormentas que se estaban gestando en América Central con el inminente triunfo del sandinismo y el “efecto dominó” que ello tendría sobre países como El Salvador y Guatemala. De modo que fue ésa probablemente, la intención de no generar nuevos frentes de tensión en un escenario complicado, lo que movió al gobierno de EE.UU. a activar sus contactos en el Vaticano, y no la simple y misionera labor de detener un conflicto entre dos países mayoritariamente católicos.
Fariseos a la orden del día
Pero no nos pongamos demasiado sesudos: el hecho es que Karol Wojtyla, “el atleta de Dios” ha hecho mutis por el foro. Y la ocasión ha servido para que muchos fariseos, para emplear un lenguaje bíblico, hagan su aparición para intentar hacer sus respectivos lavados de imagen, convocados por la ola de pía beatitud.
En efecto: mi librepensadora humanidad ha debido tragarse, junto a los consabidos homenajes litúrgicos, ruedas de carreta difíciles de deglutir hasta para el más pantagruélico de los mortales. Pruebas al canto: en El Mercurio del domingo tuve que soportar, con paciencia de santón hinduísta, una entrevista a Sergio Rillón, “el nexo entre Pinochet y el Vaticano”, que salió de su habitual mutismo y recordó que el Papa le bendijo un rosario que le regaló su madre.
Católico de misa diaria, expresó su conmoción ante su partida, recalcó que nunca daba entrevistas y dijo que lo que más le había llamado la atención al vicario de Roma durante su visita a Chile, en 1987, fue “la falta de miseria (…) cómo la gente estaba vestida, comparada con otros países de pobreza más masiva”. Según don Sergio, eso lo impresionó más que su encuentro con Carmen Gloria Quintana, quemada con una patrulla de militares, o los gases lacrimógenos e incidentes en el Parque O’Higgins. Qué quieren que les diga: me quedo con don Pío, su hermano gemelo.
Otros medios, en tanto, intentaron darle una manito de cal a la figura del ex secretario general de Gobierno, Francisco Javier Cuadra, quien también ofició como embajador ante el Estado vaticano. Y destacaron su celeridad para entregarle los resultados del plebiscito de 1988, un compromiso al que había llegado el Papa con el dictador en su célebre entrevista en La Moneda. Algo de lo cual de todas maneras se iba a enterar tarde o temprano. O sea, cero mérito.
En fin. El punto es que este concierto de memeces, como dirían los españoles, me tiene un poco harto. No sé si lo han advertido. Y la verdad es que la única nota de disonancia en este océano de elogios póstumos, la ha dado La Nación Domingo -nobleza obliga, hay que reconocerlo- con los análisis de Rafael Otano, Pablo Azócar y Jaime Escobar. Que pusieron los puntos sobre las íes al hablar del Papa antitolerante que quiso barrer de un plumazo con la Teología de la Liberación y que enfrentó a cara de perro a Daniel Ortega y a Ernesto Cardenal (como no lo hizo, por cierto, con Pinochet).
Ese Papa demodée y arbitrario, que preguntó a los jóvenes: “¿Quéreis rechazar el ídolo del sexo?” en el Estadio Nacional y se llevó en sus oídos un sorprendente y clamoroso no, es el mismo que rechazó de plano la igualdad de derechos para los gays e hizo de la lucha contra el aborto un punto fundamental de su programa, desechando “la opción por los pobres” que pregonaron a su turno Juan XXIII y Pablo VI.
A ese Papa, lo digo aquí y ahora, y con todo respeto, pocos lo van a echar de menos. Salvo los Medinas y los Orozimbos Fuenzalida que han tenido tribuna privilegiada en estos días para hacer oír su discurso inquisitorial con olor a azufre.
*Columna extraída de El Mostrador.