El recién pasado mes de junio estuvo en Chile cargado de noticias referidas a las minorías sexuales. El “destape” alcanzó formas inéditas, pues además de las portadas que ocuparon los homosexuales con temas como Ley de Parejas o las prohibiciones de los bancos de sangre, destacaron las editoriales de algunos medios, como La Nación y El Mercurio, que se refirieron en forma positiva a la realidad de gays, lesbianas y travestis.
La “apertura”, que a diferencia de años atrás no se limita a enfoques morbosos o descontextualizados, tiene como una de sus causas el hecho de que una parte del movimiento homosexual chileno no sólo denuncia, sino que también investiga, propone y es capaz de establecer alianzas con otros sectores sociales, estén o no ubicados en las cúpulas del poder.
El ingreso de una ley de parejas homosexuales al Congreso, con un transversal apoyo parlamentario, la eliminación a prohibiciones en los bancos públicos a la sangre donada por gays, la celebración de un Día Internacional de las Minorías Sexuales en conjunto con todos los otros grupos discriminados del país y, en forma nunca antes vista, la aparición de lesbianas que defienden públicamente sus derechos dando la cara y organizándose para tal fin, son algunos de los sucesos de junio que sin duda han enriquecido el debate en torno a los derechos humanos.
Es una realidad que tras la “apertura” también se encuentra el rating o los intereses economicistas de los medios, sin embargo, al margen de ese fenómeno, los efectos que una gran cobertura otorgan a la defensa de los derechos de los homosexuales son mucho más importante, toda vez que potencian la discusión ciudadana en torno a diversas visiones y propuestas relacionadas con el pluralismo y la diversidad. De otro lado, y más importante aún, el rating sería nulo si no fueran las mismas minorías organizadas las que están haciendo noticias desde diversos intereses.
La lucha del movimiento homosexual ahora, y sólo si al ámbito del sistema comunicacional masivo nos restringimos, es conseguir que la “apertura” mejore cada vez más en calidad, aún cuando, como en todo proceso, se producirá el inevitable fenómeno de una merma en cantidad. Ello, porque toda noticia o hecho que está por un tiempo en las portadas, luego no lo está, volviendo a resurgir mucho tiempo después o, en casos extremos, tendiendo simplemente a desaparecer.
Este Chile ha cambiado en los últimos cinco años en forma casi impensada a los inicios del movimiento gay, en 1991. Cada vez es menos difícil asumir públicamente la orientación sexual y cada vez son más los sectores que apoyan la “causa de la minoría”, con diversos objetivos e intereses, algunos filantrópicos y otros oportunistas, pero todos, en cuanto a sus consecuencias, relevantes.
Se advierte, según lo han demostrado diversas encuestas, que la homofobia ha disminuido a nivel ciudadano, mientras al mismo tiempo pareciera que aumentan los casos de discriminación. Eso es sólo aparentemente una paradoja, porque es precisamente la “apertura” y la “mayor aceptación” del distinto lo que posibilita denunciar violaciones que antes, en especial en períodos previos a la década del 90, permanecían silenciadas o en el anonimato.
El destape de cualquier sector minoritario o discriminado ha derivado en todo el mundo en la organización de sentimientos totalitarios y absolutistas que antes se encontraban dispersos dando, por ejemplo, paso a grupos fundamentalistas religiosos o sectores neonazis que aborrecen la diversidad.
Si es que ese fenómeno llegará a editarse en Chile, de una manera más sistemática a lo sucedido hasta ahora con apariciones esporádicas de grupos conservadores, ello no implicará que la homofobia aumente a nivel cultural (ya las encuestas y las nuevas generaciones son una prueba de ello) sino que sólo implica una organización de los sectores intolerantes frente al temor provocado por el avance de las minorías.
Esperemos, sin embargo, que Chile sea una excepción al tipo de desarrollo sobre los tópicos sociales y culturales vividos en el resto del mundo y que, en consecuencia, las minorías sexuales no deban enfrentar una nueva batalla contra grupos que aún cuando ya no pueden jactarse de ser una radiografía valórica de la sociedad, si son muchos más virulentos y peligrosos para la integridad física y psíquica de los homosexuales o de cualquier otro sector que ha sido históricamente vapuleado.