Septiembre maldito! Septiembre Festivo! Resumen de la tragicomedia y las contradicciones valóricas y humanas que involucran a diversos sectores sociales y políticos de nuestro país, incluidas, por supuesto, las minorías sexuales.
La muertes, el sufrimiento y las lágrimas que acumula septiembre a nivel local y mundial afectan con fiereza la memoria de los directamente involucrados en las tragedias, mientras los medios de comunicación recuerdan mecánicamente los hechos en un popurrí de noticias que pasan desde las fondas, las empanadas, los volantines y los anticuchos hasta el atentado, el incendio y el Golpe de Estado.
Los sobrevivientes y las víctimas son, sin duda, los protagonistas, pero cada vez tienen menos voz en los discursos públicos. Caso contrario, las opiniones y los recuerdos son burdamente mediatizados y condicionados por el raiting que atropella y desvirtúa sin filtros la historia, la verdadera historia.
No basta estar en la memoria para ser parte de la historia. Es indispensable que el recuerdo tenga como ingrediente esencial la verdad y al menos la potencial intención de hacer justicia en favor de los caídos.
Esos líderes políticos que se han empeñado en dar “vuelta la página” respecto al salvajismo del Golpe de Estado del 11 de septiembre 1973, incluidos sus efectos, se olvidan que los amigos y familiares de las víctimas aún están con nosotros manteniendo viva la esperanza en la consolidación de una justicia íntegra y no “en la medida de lo posible”.
La contradicción de esos políticos es evidentemente patética y manipuladora, pues no tienen problemas en centrar sus actividades de septiembre recordando un hecho más lejano, y por supuesto festivo, como el 18 de septiembre de 1810, o en potenciar un interés mediático y exclusivo en torno al brutal 11 de septiembre del 2001.
Todo indica que en realidad poco importa si tal o cual hecho ocurrió hace mucho o poco tiempo. La agenda pública pareciera estar delimitada por los temores provocados por aquellos acontecimientos que nos podrían llevar a un debate inteligente, reflexivo y autocrítico respecto al tipo de país que estamos construyendo.
En la actualidad, y aunque en el futuro la historia se escriba con un pincel más idóneo, la relevancia y presencia del pasado en los discursos públicos es directamente proporcional a los niveles de democracia, pluralidad e (in)tolerancia existentes en nuestro país.
Por eso el incendio que destruyó por completo la discoteca gay Divine de Valparaíso, dejando casi una veintena de muertos y acumulando variadas violaciones a los derechos humanos perpetradas por las policías y el Poder Judicial, es menos relevante que todas las fechas de septiembre. Y es por eso también que el Golpe de Estado de 1973 y su consiguiente Dictadura es cada vez más relegado por los poderes fácticos que se apoyan en el infantil vandalismo, el cual por cierto cuenta con el beneplácito implícito de la izquierda más dura.
El 11 de septiembre de 2001 cayó, en consecuencia, como anillo al dedo para aquellos sectores empeñados en el “olvido local”, pero que sin asco son capaces de llorar, en forma inconsecuente y oportunista, los acontecimientos internacionales hasta dar incluso cátedras sobre la materia.
Septiembre, por todo lo que implica, debiera ser el mes del “despertar colectivo”, del autoconocimiento inteligente de nuestras contradicciones que están dadas por sí solas por los hechos.
Las evidencias de septiembre constituyen una herramienta de evaluación sobre el verdadero espíritu social de nuestros “líderes” o “representantes”, pues es en este mes, y no en otro, cuando los ciudadanos con poder muestran a través de sus palabras su verdadero compromiso con la justicia y la democracia, a pesar de los adornos tricolores y los actos oficiales que se imponen por sobre los discursos emitidos por los mismos.