El Vaticano y la orquesta del Titanic

*Por Martín Hopenhayn

7 de agosto, 2003 (OpusGay)

Para alguien que presume de escribir desde la trinchera del pluralismo, resulta casi obvio ocupar este espacio para objetar la ofensiva lanzada por el Vaticano contra las uniones conyugales entre gays y entre lesbianas. Del mismo modo, aunque inversamente, cae de cajón que el Vaticano reaccione duramente contra las autoridades estatales o municipales que hoy se prodigan en consagrar tales uniones, imprimiéndoles no sólo un carácter ceremonial, sino también un estatuto legal.

La lista de lugares donde han empezado a consumarse estos matrimonios ya se extiende como un reguero de pólvora que amenaza con hacer estallar la prescripción cristiana según la cual no puede haber otro nexo conyugal que el de un hombre y una mujer. En fin: ya se ha instaurado el matrimonio entre personas de un mismo sexo; luego vendrá la adopción de hijos por parte de esas parejas: la cuenta regresiva parece no detenerse.

Desde la perspectiva histórica, el reclamo eclesial huele a batalla perdida. La fuerza de la modernidad tiende, al menos en Occidente, a generalizar un orden laico donde la Iglesia católica incidirá cada vez menos en quienes no tienen interés en regirse por su doctrina, e influirá cada vez menos sobre los Estados para impedir que se legalicen decisiones tan vitales como las uniones matrimoniales, conforme a los gustos e inclinaciones sexuales de sus protagonistas.


En el fondo, la cuestión es simple: o nos regimos por un dogma o vamos construyendo la ley según se vayan expresando las necesidades y demandas de las personas, siempre que no impliquen coerción a terceros. Y tanto el imaginario como la norma de la modernidad van por este último camino.

Frente a esto, la Iglesia echará mano a un último recurso: el propio saber secularizado. No será la primera vez que, agotada la panacea del dogma, cuando ya no pueda retener al rebaño -o cuando el rebaño que quede no tenga la fuerza suficiente para imponerse al que se disperse-, el Vaticano recurra a lo que siempre ha mirado con sospecha: los presuntos conocimientos científicos respecto de lo que es socialmente bueno o malo. Entonces argumentará que, desde una perspectiva de salud, no es conveniente que los niños crezcan familiarizados con parejas homosexuales; o que la difuminación de roles produce anomia y corroe la cohesión social; o que la relajación institucional opera como profecía autocumplida, estimulando las alteraciones que va aceptando. En suma, juicios extraídos de la psicología, la antropología social, la demografía o la etnografía que, utilizados persuasivamente, querrán desalentar el avance de esta nueva onda de mayor “plasticidad marital”, por llamarla de alguna manera.

No cabe otra: el Vaticano hará lo que pueda para frenar lo irrefrenable. Y, precisamente porque lo admite irrefrenable, lo que podría salvar a la Iglesia no es su afición a machacar con el dogma, ni la fuerza de sus argumentos, ni la manipulación moral o los artificios ideológicos que movilizará para ganar la batalla. Lo que podría salvarla es pelear esta batalla sabiéndola perdida, para luego vestirse con la belleza de la derrota, como la orquesta del Titanic, que naufragó sin dejar de tocar.

* Opinión extraída de Las Ultimas Noticias