Una de nuestras lectoras envió al Rincón Creativo el crudo relato de una relación entre dos mujeres. Se cuidan, se aman, se idolatran, pero sufren por un desenlace fatal provocado por el desprecio familiar.
Por Manuela Toro
Si no hubiese besado a Gracia la vida no sería como lo es hoy, no sentiría el mar entrando por nuestra ventana, no lo sentiría mezclarse con el olor de sus hombros y no besaría esos hombros para sentir esa mezcla más profundamente.
Suerte que la conocí. Fue en un campo muy lejos de aquí, ella caminaba por la orilla de un estero, creo que los saltitos de sus pechos infantiles me embaucaron y la seguí, la seguí mucho tiempo, muchos días y horas caminando en mis sueños por sus muslos como por montañitas de arena negra buscando una ruta hasta su boca, bajar por su nariz y envolverme en su lengua calida y húmeda, ser tragada y cruzar por su garganta, iniciar la travesía de llegar a sus entrañas y vivir entre el placer y la nostalgia&
Gracia querida, no puedes ser tan hermosa, no puedes quitarme el aliento cada vez que te beso, porque me pierdo, me pierdo en tu reino, te hundes en mi pechos y siento que te pertenezco, cuando me envuelves con tu piel morena, y me recorres silenciosa por ese camino hasta mi vientre& quiero más de ti, siempre quiero un poco más, más de tu boca en mi espalda, más de tus pies descalzos en un charco de agua.
Seguí tus pasos por la orilla del estero y te encontré amasando el barro con los pies sumergidos en el fango, con los muslos abiertos y las rodillas levantadas como una cima inalcanzable y me lancé al estero y nadé hasta tu orilla, me escurrí como un pececillo para encontrarte, escribí algo para ti en el barro, escribí una letra mientras la anterior se borraba y tu seguías mis dedos para entender mis palabras y yo miraba tus ojos para saber si me escuchabas.
Te amé, te amé desde que éramos niñas y nadábamos desnudas en nuestro estero, flotando en el agua y sumergiéndonos en ella, rozándonos como si no quisiéramos, mi respiración se tropezada, el vientre me palpitaba y naufragábamos a orillas perdidas donde él nunca nos viera, mientras el sol estuviera arriba tu podías ser mía.
Gracia, en la luna tu perdición, tu cuerpo tembloroso y tu cara de espanto, habría querido salvarte y no ver por las rendijas tu mirada lánguida, no ver como mis besos se borraban de tu cuerpo, hubiese querido no verlo entrando en tu cuerpo de niña, saliendo y entrando, y volver a entrar y volver a salir, una y otra vez, hasta que un hilo de sangre recorría tu pierna y se desparramaba en tu rodilla.
Nunca dormías niña, teníamos siempre la esperanza de que el sol vendría, te esperaba en la orilla para curar tus heridas, para lavar tu vientre con agua de laurel y besarlo hasta que tu corazón pudiese por fin aliviar su tristeza.
Tantas veces quisiste morir y tantas veces quise morir contigo… tomar tu lugar en los brazos de aquel que era tu sangre, languidecer como tú y sumarme a tu desdicha, ver mi sangre escapar como la tuya y sentir en mi vientre todo el poder de su crueldad.
Cuando escuché tu voz susurrante diciendo que no volverías, que tu cuerpo estaba cansado y tu corazón moribundo, que tu vientre había sangrado y que ahora eras una mujer; busque en tus ojos para encontrarlo, para verlo convertido en miedo y locura en tus pupilas, materializándose en lágrimas, buscando tu boca silenciosa o muriendo entre mis dedos acariciando tu rostro.
Lo vi en tus heridas, en tu cabello con su olor en la madrugada, cuando la noche se iba y te abandonabas entre sus sábanas, tiritando, con los huesos podridos. Eras un mujer, mi madre lo había dicho una noche de frío que nos cobijo, ella lo dijo con su voz de ternura y sus ojos caídos, nos convertiríamos en mujeres.
Un invierno crudo terminaba y algo en el horizonte nos decía que no queríamos escapar, una vez más la noche nos encontraba y se hacía imposible eludirlo, habíamos estado perdidas seis noches, escabulléndonos de su olfato, sintiendo a la distancia el peligro de su furia, sin valor y sin descanso, durmiendo entre las hiervas acurrucadas y sin deseos de hacer el amor.
Así nos encontró tu padre, aquel gigante de manos gruesas que conocí entre rendijas, un sabor distinto en el aire me alertó el sueño, apreté tu cuerpo entre mis brazos y entreabrí los ojos descubriendo en la oscuridad que era él, sentado en un tronco, echando humo por la nariz, con las botas empolvadas y la mirada imperturbable, perdido entre sus pensamientos, en esa mente podrida donde siempre estabas tú, abrazando su triste conciencia, enferma y desnuda, castigándolo con tu silencio.
Pude oler sus arrepentimientos cuando despertaste de un salto como volviendo de una pesadilla, lo miraste con espanto y retrocediste como un animalito asustado acurrucándose entre las hierbas. Ahí estábamos los tres acobardados, paralizados, adoloridos y horrorizados con nuestra verdad, tu respiración se agitaba y mi corazón desgarraba carne y tejidos de mi pecho, haciéndose de recovecos para huir de mí.
Él te miraba sin culpas resignado a su podredumbre, abrazando con sus dedos el puñal de las desdichas, de pie justo frente a ti, bajó su mirada impune para regresar por donde había llegado, en un caminar lento y avergonzado, sin volver jamás la vista atrás, hundiéndonos en un desconcierto extraordinario de emociones extremas, te vi los ojos despavoridos estallando en mil lágrimas, levantándote de tu guarida, corriendo como una bestia sobre su presa y con el puñal que recorrió tus labios enterrando mil veces tus miserias en su cuello, en su espalda, en sus hombros y moribundo le escupiste la cara para terminar tu obra con una puñalada firme en su corazón vacío.
Cavamos durante toda la madrugada, devastadamente silenciosas, con las manos tullidas de despojar la tierra donde su alma jamás descansaría.
Tus hombros saben como tus pechos saliendo del mar, tu cuerpo ha tomado su aroma, su quietud y hasta su furia, confundo tu voz con sus gemidos nocturnos y tu aliento con su brisa helada, te veo amasando la arena mojada como si fuese barro y creo que vuelves a ser niña, cuando el dolor de dar muerte aun no te había enmudecido y no conocía la maravilla de descifrar tus miradas, me rodeas la cintura y te refugias en mi vientre, ansiosa de amarme una vez más, de acurrucarnos desnudas hasta que la noche pase y ya no tengas miedo de tus fantasmas. Los días se están llevando tu dolor, te beso la frente y cierro los ojos.