MANIFIESTO DE UNA LESBIANA CHILENA

Una lectora envió a este Rincón lo que denomina el “manifiesto de una mujer lesbiana”. En el texto, la autora desde un punto de vista autocrítico llama a continuar con la defensa de los derechos humanos de todas las personas, sin importar la orientación sexual.

Por Paula

Me pesa el alma de dolores ajenos que también son míos. Han pasado años del Golpe, años de Stonewall, años de horror.

Me sumerjo pesando y peleando por mis derechos, tus derechos y los de todos los demás. Mi sentido militante se asoma a mis labios con palabras de este manifiesto inacabado que suena en el vacío y el eco es mi única respuesta…

Pensando en el horror y el terror, el miedo, la angustia y desesperación, pensando en cuando seremos libres, pensando en los muertos de la Divine, de Quilpue, de Los Andes.

Me paraliza el espanto en un país ubicado en el culo del mundo, donde el viento se devuelve, donde somos rechazados, tolerados con risas burlonas y donde, como decimos, somos todas primas.

Y nosotras, mujeres que amamos a otras mujeres, somos un murmullo en una comunidad homosexual que se abre al amanecer social y grita desde el tumulto de la masa como esos machos heterosexuales que también gritan, pero para insultarnos bajo la tutela de su rebaño.

Comunidad dividida por el arribismo social de las discoteques que ofrecen música desenfrenada, un show de calidad, glamour y vacío. Donde las almas se contorsionan al ritmo de la moda Mekano y que pueden teñirse de soledad o amor cómplice.

Me seca la boca la indiferencia en que vivo. Busco la fuerza en el susurro del viento, en la belleza de la noche y en el hecho irrefutable de saber que hay un Dios sobre mi cabeza, sirviendo de algo tanto sufrimiento en los corazones.

Debe seguir la lucha. No importa que seas homosexual, bisexual, heterosexual o transexual.

La guerra es contra la indiferencia.

El miedo no es por el VIH/SIDA o las ETS. El miedo es por el desamor que impide cuidar a quienes queremos y a nosotros mismos.

La batalla es por la dignidad, la cual es igual para todos y para todas.

La pelea es diaria, está en atreverme a llevar a mi novia de la mano, a responder “sí, soy lesbiana”, aunque suene brutal la confesión y nos paralice el miedo.

A levantar la mirada, de nada debemos avergonzarnos. Y aunque las respuestas agrias y la incomprensión nos duelan, es mejor el dolor que el miedo,

El miedo paraliza, el dolor hace crecer. Hay que seguir dándole, aunque a veces parece no tener sentido.

Lemebel escribió: “muchos niños van a nacer con el alita quebrada compañero y yo quiero que vuelen” o, como dice el más maravilloso de mis amigos y el único hombre que mi corazón lésbico ama con reverencia, la patria gay se está construyendo, yo sólo soy un ladrillo, hago mías sus palabras…