LA SANGRE DE LOS HOMOSEXUALES CHILENOS

*Por Martín Hopenhayn

26 de junio, 2003 (OpusGay).- Es muy probable que usted sea heterosexual, amplio de criterio, moderno en sus valores y crítico de la homofobia. También es factible que en algún futuro cercano la ocurrencia de una enfermedad o un accidente lo obligue a someterse a una transfusión de sangre. Qué tiene que ver, quizás se pregunte usted, una cosa con la otra. Y entonces yo le pregunto: ¿tendría alguna objeción en recibir sangre de un donante que se reconozca homosexual, o acaso preferiría, dada la disponibilidad de múltiples donantes, que el suyo no lo fuera?

La cuestión es, al mismo tiempo, atávica y actual. Un conflicto reciente ha opuesto al Ministerio de Salud -que promueve un protocolo estándar para los donantes de sangre y no discrimina a los homosexuales- con varios servicios hospitalarios y la Sociedad Chilena de Hematología, que insisten en descartar a los donantes homosexuales. Los argumentos para resistir a tales dadores de sangre son carentes de fundamento (“es que otros países aplican esta segregación”), pues sabemos que el sida lo contraen personas de cualquier sexo y cualquier preferencia sexual -dependiendo de las precauciones que toman- y que hay un procedimiento generalizado que permite preservar los bancos de sangre sin la presencia del VIH. ¿Por qué, entonces, parte de los estamentos públicos y privados de la salud persisten en discriminar a los donantes, y por qué usted u otros lectores de estas líneas opondrían variadas resistencias, explícitas o soterradas, para recibir sangre donada por un homosexual, aun sabiendo que es sana y que ha sido sometida a las pruebas de rigor?

Probablemente la sangre agita en la conciencia cierta simbología profunda que no cambia tan rápido como los valores o las políticas respecto a la tolerancia sexual. En otros tiempos, el contacto sanguíneo con víctimas de la locura o la lepra podía ser percibido como una fatalidad del destino. En parte era lógico, dado el desconocimiento de los límites del contagio y las dificultades para prevenirlo. Aunque la historia cambie, y la evidencia empírica y los mecanismos técnicos permitan corregir prejuicios y riesgos, los fantasmas siguen rondando. Así, es posible que, para una parte fóbica del inconsciente colectivo, los fluidos que circulan por las vísceras y se extienden hasta el último recodo del cuerpo todavía llevan el mensaje de sus orígenes y, como contrabandistas en el territorio íntimo, introducen la memoria de otras biografías que no queremos que se cuelen en la nuestra.

Subliminalmente hablando, me pregunto entonces si la fobia a la sangre gay esconde el temor a ser contagiado por el sida o, de manera más irracional y difusa, el pánico a ser invadido molecularmente por preferencias sexuales que respetamos en otros, pero que muchos no quieren que se abran paso en sus propios vasos sanguíneos mediante embajadores impalpables que no pueden controlar. Mal que mal, pensarán los más idiotas, tanto el cerebro como el miembro del placer se alimentan de sangre.

*Opinión extraída de Las Ultimas Noticias