Homosexualidad y adultos mayores en Chile

Homosexuales mayores de 70 años hablan sin tapujos por primera vez a la prensa sobre su familia, amigos y vida sexual.

Homosexualidad y adultos mayores en Chile
Nuestros viejos homosexuales están más activos que cualquiera. Aportan desde sus conocimientos a enriquecer nuestra nación y cuentan con un mar de experiencias. Por primera vez tres homosexuales y una lesbiana, todos mayores de 70 años, se refieren públicamente a sus vivencias, las cuales son interpretados por una psicóloga.

FAMILIA MAS ALLA DEL LAZO SANGUINEO
LA AMISTAD Y LAS RELACIONES CON LOS PARES
LA VIDA SEXUAL
LA FELICIDAD EN LA VEJEZ
LA VIDA DE VIOLETA

Por Alberto Roa

Ellos nacieron en la primera mitad del siglo pasado. Son homosexuales que vivieron su niñez y adolescencia en una época mucho más conservadora y represiva que la actual. En ese tiempo no había discoteques, ni “bares gays” y el encuentro mayoritario para los flirteos se daba en los cines, las plazas, reuniones en casas de amigos o en espacios de diversión calificados de “alternativos” y no exclusivos de las minorías sexuales.

El “`ambiente gay` transcurría bastante en las casas de otros. Celebrábamos aniversarios, santos y compromisos de algunas parejas. Eso era muy grato porque uno encontraba relaciones más sólidas o gratas que ahora en las discoteques“, señala Rafael Correa, un periodista de 70 años, cuyos mayores deleites son en la actualidad los libros políticos, sociológicos y culturales.

Jorge Andraca, de 83 años, y Manuel Arévalo, de 77 años, recuerdan, por su parte, que en los Cines Colón, Minerva, Selecta y Alessandri y en populares bares o cafés, como Il Bosco y El Túnel, había “mucho homosexual revuelto con los heterosexuales”. Aunque ningún lugar se perfilaba como para clientes gays, en los cines “había una cosa clandestina y subterránea, en especial en los baños”, remata Correa.

Pero mientras algunos gays tenían divertidas escapadas, la mayoría de las lesbianas estaban recluidas en sus hogares, casadas, con hijos y nietos. Es el caso de Violeta, una mujer de 86 años que cuenta dos décadas de matrimonio con un empresario y 10 años de pareja con su única amada, la cual conoció en octubre 1976, pocos meses después de enviudar de su esposo.

Estuvimos juntas 10 años y después la pobre falleció de cáncer. Esos añitos fueron preciosos. Quería a mi esposo y amo a mis cuatro hijos y siete nietos, pero jamás me sentí completa hasta que conocí a Raquelita“, recuerda con dificultad Violeta, quien maneja a la perfección el francés y el italiano.

FAMILIA MAS ALLA DEL LAZO SANGUINEO

La familia sanguínea de Manuel Arévalo jamás supo sobre la orientación homosexual de este profesor de enseñanza media, ahora jubilado. Asegura que hoy “no necesito a mi familia. Sólo nos contáctamos vía telefónica. Pero no me siento triste”.

Manuel vive solo en una inmensa y antigua casa de Ñuñoa. De vez en cuando lo visitan algunos amigos y ex alumnos. Su mayor apoyo proviene de Pedro, un hombre de unos 40 años menor que él. “Pedro me acompaña a todos lados. El me levanta, me lava y mi viste. Lo quiero como a un hijo”, dice.

A diferencia de Manuel, el padre de Jorge supo antes de morir que su hijo era homosexual. “Mi papá se murió cuando yo tenía 30 años. A él lo sentí mucho porque era una persona muy compresiva. Alguien de la familia que te entiende es una gran cosa. El sabía que yo era así y me decía` tenga cuidado con los rotos mijto`”, comenta Jorge, quien nació en 1919 en Valparaíso y desde los 11 años vive en una casa antigua de Estación Central.

La familia actual de Jorge, quien trabajó en la Caja de Crédito Popular durante 35 años, la compone un grupo de amigos de Llolleo a quienes visita frecuentemente y a diferencia de muchos gays de su edad, él no lamenta no haber tenido un hijo.

Para Rafael la situación es distinta, pues “el no tener un hijo lo he asumido con cierta tristeza. Me gustan los niños. Tengo cuatro sobrinos nietos, que me encantan. Me imagino la vida familiar con hijos, lo cual debe ser bastante parecido a la felicidad plena”.

La sicológa clínica Soledad Pérez explica que el deseo de ser padre o madre es propio de cualquier ser humano, independiente de las orientaciones sexuales, pues a través de los hijos las personas “se proyectan y entregan valores. La diferencia con la mayoría de los heterosexuales, se origina porque algunos gays y lesbianas optaron racionalmente por no tener un hijo, y toda decisión en la vida tiene costos y beneficios. El beneficio en este caso fue ser consecuente con la orientación sexual”.

LA AMISTAD Y LAS RELACIONES CON LOS PARES

“No tengo muchos amigos gays. Tengo más amigos heterosexuales. Son mejores, me parecen más nobles y las locas generalmente son intrigantes y levantan falsos testimonios”, sentencia Jorge, quien a pesar de experimentar varias relaciones sexuales y haber tenido dos “buenas parejas”, jamás ha visitado un discoteque gay.

Al igual que Jorge, otros cinco entrevistados expresaron recelo hacia las amistades entre gays, mientras que en la totalidad de los casos se explicitó un profundo rechazo contra los homosexuales amanerados y las travestis.

 Las travestis ni las locas me gustan. Las locas porque nos perjudican y las travestis porque tratan de ser una cosa que no son. Si se presentan los acepto y puede ser que discrimine, pero es lo que pienso”, señala Manuel.

Rafael agrega que el “travestismo es una patología terrible. Si no me gustan en general las mujeres, menos me gustan las falsas mujeres. Lo encuentro dramático, me da estremecimiento, pero creo que tienen derecho a existir”

Para la sicóloga Pérez ese tipo de testimonio evidencian “un tipo discriminación contra las travestis, porque es como decir que unos homosexuales valen y otros no. Los gays de edad más avanzada tal vez sienten a las travestis como una amenaza o como un desorden” a la calma que ellos han encontrado y por eso las rechazan.

La desconfianza por parte de algunos gays a establecer relaciones sexuales con sus homólogos, se explica partir de las opiniones vertidas por las mismas minorías sexuales respecto a los integramtes de su comunidad, explica Pérez. No en vano un estudio efectuado en 1998 por el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) en la Región Metropolitana reveló que el 80 por ciento de los gays consideran que sus “pares” son más promiscuos que el resto de las personas, mientras el 50 por ciento estimó que las minorías sexuales son por naturaleza infieles y/o desleales.

En concordancia con esa realidad, algunos homosexuales ancianos pueden aislarse de sus “homólogos”, tal vez por percepciones o “experiencias ciertas donde se rompió la confidencialidad y en esos casos quizás limiten sus relaciones de amistad sólo con personas heterosexuales”, redondea Pérez.

LA VIDA SEXUAL

Tanto Jorge, como Manuel y Rafael, reconocen sin tapujos que su vida sexual no es tan activa como antes y coinciden en que una de las formas más usadas por los gays ancianos para gozar en la cama es la compra de servicios a prostitutos.

El pene a estas alturas ya no funciona mucho. Como desde los 75 años que no se me para. Uno practica principalmente el sexo oral. A esta edad la excitación es algo más mental“, indica Jorge.

Manuel coincide en que “hay poca vida sexual, la cual está más ligada al cariño, los besos y los toqueteos”, mientras Rafael asegura que he tomado Viagra “y funciona, sin embargo, lo sexual se da más por el afecto, la amistad y la necesidad de compañía. Yo no entiendo a las personas obsesivas por el sexo y tampoco me interesa esa gente”.

La compra de servicios sexuales es además reconocida por los homosexuales adultos como una conducta generalizada a partir de los 50 años.

“Como a esa edad u no sale a buscar jóvenes en el Paseo Ahumada, la Plaza de Armas y Providencia para ir a tener relaciones sexuales en hoteles o en las casas. Mi casa fue visitada por gente”, comenta sin problemas Manuel.

Aunque Jorge ha comprado servicios sexuales, aclara que a veces la prostitución de los jóvenes no es tan nítida, pues también “uno les paga indirectamene, cuando les compra zapatos, camisas u otras cosas”

La sicóloga Pérez es enfática en aclarar que las vivencias en torno a la compra de servicios sexuales “son muy similares en los hombres homosexuales y heterosexuales, pues las motivaciones no son distintas. La diferencia radica en que un hombre heterosexual puede asumir ese tema con menor naturalidad y hasta con culpa, pues puede tener una esposa e hijos frente a los cuales debe justificarse”.

La periodicidad con la cual se recurre a los servicios sexuales depende, en tanto, de cada personalidad. Así es como a diferencia de algunas personas adultas, Rafael señala que “y o no he recurrido con frencuencia a los prostitutos, porque soy de un temperamento tranquilo, aunque entiendo a quienes lo hacen con más frecuencia. Mi vida ha estado centrada en otras cosas y no como una manera de escaparme. Me gusta mucho mi profesión y cuando la tomas en serio es muy absorvente”.

LA FELICIDAD EN LA VEJEZ

Los homosexuales de la tercera edad afirman que están felices y satisfechos, aún cuando muchos de ellos no tengan pareja.

“Me siento feliz y voy a llegar a los 90“, dice Jorge; “m e siento feliz, pero quiero irme luego, ya tengo 77, es demasiado”, dice Manuel; “no soy un desdichado, ni un descontento con mi vida, aunque puedo ser un rebelde social”, remata Rafael.

Cada uno ellos lleva en la actualidad una vida sana y centran sus fuerzas en actividades que los hacen sentir plenos, el trabajo literario y periodístisco en el caso de Rafael, la religión en el caso de Manuel y la lectura y las visitas a Llolleo en el caso de Jorge.

Aunque Rafael espera conocer un amigo con quien compartir parte de su vida, Manuel y Jorge afirman que “están bien” solos y aclaran que les da lo mismo haber nacido en esta generación, aún cuando nuestros tiempos sean menos represores que los suyos.

 Es un parecer no más que ahora es mejor que antes, se vive igual siempre. Las locas tienen miles de años, hasta en la Biblia sale lo de Sodoma y Gomorra”, explica Jorge.

Sin pretender hacer un perfil de la homosexualidad en la vejez, la psicóloga Pérez evidencia incoherencias discursivas al declararse feliz o pleno y desconocer la importancia de vivir en una generación más tolerante y menos conservadora, mientras al mismo tiempo se sabe que la marginación social contra los homosexuales era extremadamente gravísima unos 20 años atrás y se recurre a la compra de servicios sexuales para satifacer necesidades biológicas y afectivas.

“Los homosexuales, en especial los más viejos, tienen una historia de rechazo y discriminación social y pareciera que están muy acostumbrados a utilizar el mecanismo de defensa de la racionalización, consistente en negar las emociones y convertirlas en razón“, indica.

Es por ese y otros motivos que tal vez Rafael puntualiza que “nunca uno debe sentirse completamente realizado y pleno, porque eso significa que uno ha llegado a la cúspide, No me siento realizado ni pleno, porque hay muchas cosas que no sé y que nunca voy a saber. Es decir, me doy cuenta de mis limitaciones”.

LA VIDA DE VIOLETA

Violeta, seguramente como la mayoría de las lesbianas de su época, formó una familia heterosexual a los 20 años, meses después de haber experimentado con culpas su primera relación erótica con una mujer. Tuvo cuatro hijos y siete nietos, quienes en conjunto con sus clases de piano, la mantuvieron ocupada sólo de otros hasta 1976, cuando falleció su esposo.

Al cumplir los 60 años, Violeta decidió vivir con una mujer, con la cual se sintió “muy feliz” durante una década.

Antes de morir su “amada, la Raquelita”, Violeta, una mujer de clase alta, comenzó a apartarse como nunca de sus hijos, lo cual es interpretado por la sicóloga Pérez como un “distanciamiento protector de su intimidad y no un alejamiento afectivo. Lo concreto es que al estar casada 20 años con un hombre ella se negó a sí misma, y eso era muy común incluso para las mujeres heterosexuales, pues en otras décadas imperaba el deber ser y sólo pocas mujeres experimentaban procesos emancipadores”

Violetita, como la llaman sus enfermeras, afirma que en la actualidad es “un poquito feliz” gracias a su nana con quien “nos hacemos cariño en la cabeza y bonitos peinados“.

A diferencia de muchas mujeres homosexuales, Violeta rechaza la palabra “lesbiana” e incluso se atreve aclarar que “no soy lesbiana, pero sí me gustan las niñas más que los niños”.