Un joven de 17 años de la VI Región envió a OpusGay un ensayo sobre las libertades y también discriminaciones padecidas por las minorías sexuales. “El hombre está hecho para amar y no para ser hombre”, dice este escritor.

Por Francisco Contreras González

Desechos de artificio. Un cigarrillo a medio fumar. Un reloj que no marca la hora y una vasta gama de colores nunca vistos, dominan el escenario de la noche.

Conviene volarse con el cálido olor a café que sale de la taza para pensar un poco más profundo.

Como dije alguna vez; el hombre está hecho para amar y no para ser hombre. Y con esto me sumo a la escasez de personas con mentes aglutinadas de libertad que piensan y creen fielmente que el reproche a la minoría no es justo ni verdadero.

¿El veredicto ha sentenciado que debemos estar callados? Para mí el amor es un escape de seducción y juegos fantásticos, llenos de desenfreno e incandescencia que te demuestran lo dócil y fuerte que puedes llegar a ser. Es la primera y más preciada expresión humana.

Lo humano lo visten de femenino cada vez que hablamos del amor. Y suele ser masculino cuando hablamos de sexo. ¿Podemos hablar de una mezcla híbrida de lo que son las relaciones interpersonales? Que gane el mejor postor como dicen y que el que simplemente no paga, no saborea.

Hombre y Mujer, ambos en un personaje utópico, por lo menos hasta hace una década atrás.

Viste faldas y zapatos de charol. Su olor es algo unisex. Labios de mujer, ojos de hombre y posee un sentido de ubicación único, está justo donde a muchos no les gustaría estar, y por otro lado es preciado en su postura.

Está entre El y Ella. Piensa como ellos y ellas piensan. Y en el tablero de ajedrez en el cual nos ponen a subsistir, se mueve con delicadeza y robustez. Es vivaz y no adquiere una definida forma hasta que lo apuntan con el dedo para obligarle callar.

Es la madre dulce y el padre trabajador. Es quien es tu mejor amigo y peor enemigo. No tiene nada de perfecto y sus vicios son variados.

¿Acaso tendría que haber existido un género sexual que permita esas características para que no exista un rechazo a las personas que van contra lo moralmente establecido?

¿Es acaso amoral amar a una persona?, ¿Por qué se discriminan a las minorías sexuales sólo por el hecho de amarse?

Todos somos diferentes y está ahí la igualdad para todos. Tendremos un mundo igualitario cuando se respeten los derechos de los humanos.

Utopía, lo sé, pero el día en que muera, moriré feliz de haber hecho algo por cambiar el mundo donde vivo. Por sembrar a través de lo que escribo, flores que germinarán y verán al sol de formas distintas, únicas y especiales. Por haberme dado la libertad de no sonreír cuando me es espontáneo y reservarme la ocasión para hablar cuando si es necesario.

La vida es de los libres y la muerte también. Volar y volar no tiene sentido si no hay un planeo previo. Se necesitan razones y un fin tangible. Entonces que alguien me diga por favor por que a homosexuales, lesbianas, bisexuales y demás no les dejan justificar su vuelo, teniendo razones y fines como toda persona normal.

El reloj comienza a caminar por los segundos, tomó vida. Es que cuenta el tiempo que falta para que la justicia sea realmente igualitaria, para cuando no existan casos donde todos cojan una piedra para arrojarla al primer maricón que ven en la calle. El alma de aquel que apunta no es ni siquiera la mitad de la de quien es apuntado.

Desechos de artificio, cigarrillos, el perfume un tanto unisex, fotografía, flash, flash, flash.

Sobre el escenario nace un hombre, toma el tiempo con una mano, mientras que con la otra carga el corazón. Desea bajar, NO PUEDES, NO DEBES, le dicen. Se acurruca como puede y duerme. Sueña que baja del escenario, se sienta en uno de los bancos, la mejor vista se atreve a prender un cigarrillo, todo está por comenzar. Se abre el telón como si Dios estuviese detrás. Tan majestuosamente todo preparado.

En su mente vuelan gaviotas y el mar se escucha a los lejos&

El escenario vacío.

Él despierta asustado. Simplemente no le dejaron montar, ni dirigir su gran obra.

Por Francisco Contreras González